Así de entrada, pensar en bañarte junto a un león marino apabulla un poco. En realidad, el león marino es algo así como una foca grande (aunque no sean iguales que las focas, como bien aprendemos en esta experiencia, pero es para hacerse idea del tamaño). Ojo, que meterse en una piscina con una foca, impone lo mismo, pero la idea de "león" a priori parece que da más miedo... pero ¿qué no hacemos por los hijos?
Dos semanas estupendas.
Cuento un poco en qué consiste, y esto que escribo es mi percepción, y sólo eso.
Consiste en una sesión diaria, durante dos semanas, de un programa terapéutico con el apoyo de un león marino. Pero traducido a "lo que hicimos allí", se trata de una actividad en grupos de 5 o 6 niños (que procuran que sean de características parecidas), que se divide en una parte introductoria con una rutina de inicio (repaso de normas, y un par de ejercicios para centrar la atención, adaptado al nivel de cada uno), una dinámica de grupo mediante juegos participativos, tanto de modo indivual como en equipos seguido de un breve momento de relajación, y finalmente el rato de interacción con el león marino, primero en grupo y luego de dos en dos (o individualmente, si el niño lo precisa).
Esta interacción consiste en acciones sencillas: acariciar al animal, tirarle la pelota o el aro para que lo traiga de vuelta, darle un pescado de premio, dirigirlo con el bastón de entrenamiento, salpicarse mutuamente, pedirle que haga burbujas...
Mediante estas acciones, se trabajan mucho aspectos: realizar peticiones, fijar la atención, atender a las instrucciones y cumplirlas, superar algunas barreras sensoriales y sociales, aprender a diferenciar lado derecho y lado izquierdo, permanecer en espera, guardar el turno... en fin, muchas cositas si las analizas con detenimiento.
Todo esto, con un equipo volcado en lo que hace que nos ha hecho sentir muy bien estos días, y a los que desde aquí doy, una vez más, las gracias. Y no me refiero sólo a los terapeutas y entrenadores, también al resto del personal del parque Río Safari. Nosotros hemos disfrutado de las instalaciones todos los días, y siempre hemos percibido una especial sensibilidad hacia nosotros.
Sé que la cuestión "terapia" con animales tiende a ser controvertida, así que lo que expongo es mi opinión, y se refiere a este programa TAO en concreto: no sé si terapéuticamente el león marino ejerce un efecto determinado en todos los niños, pero sé que, en conjunto, mis hijos han disfrutado de esta experiencia, y les ha ayudado en algunos aspectos, y con eso me quedo.
Es probable que la interacción con, por ejemplo, un perro, generara efectos similares, pero es verdad que a mis hijos, y particularmente a Mateo, el medio acuático le beneficia especialmente: le hace estar más atento, más centrado y más pendiente del entorno, y disfruta muchísimo, así que igual que es probable que a un perro en tierra firme no le hiciera mucho caso (de hecho, por el momento no hace apenas caso a los animales), iba en el coche camino a la sesión repitiendo: "el aro", "la roca", "saludo con la mano derecha".
Suficiente para pensar que ha valido la pena asistir, y para vencer mi resistencia al agua fría y la aprensión de compartir piscina con un animal enorme, porque cada niño se baña con un adulto responsable de él (normalmente, su padre o madre).
También merece la pena por lo que implica compartir esta actividad con otras familias, charlar, conocer, relajarse y reirse...
Y... se acabaron las vacaciones.
Hola, septiembre.
Volvemos al cole, a los horarios tejidos con encaje de bolillos, a la rutina. Y esto, no siempre es malo ;-)