No hace mucho ya escribí una entrada sobre este tema: el estado del malestar, en el que contaba cómo la propia funcionaria de la Seguridad Social decía que merece más la pena darte de alta como empleada del hogar que como cuidadora de persona con discapacidad. Tienes mayor cobertura. Increíble.
Es por eso por lo que, cuando aparece en prensa la noticia de un hombre anciano que mata a su mujer/madre/hermana con discapacidad y después se suicida, lo entiendo. Lo entiendo cuando leo y veo que, por lo general, esa persona tiene una enfermedad terminal y sabe que su ser querido con discapacidad no será atendido como corresponde cuando él ya no esté. Lo entiendo. Entiendo la rabia, la pena, la frustración. Entiendo que la sociedad le ha fallado, y que si le fallaba estando en buenas condiciones de salud, la situación será insostenible en la enfermedad. Entiendo que no encuentre salida. No lo comparto, pero lo entiendo.
Mil millones menos para este año... que se va a traducir en un empeoramiento de la (en algunos caso ya bastante escasa) calidad de vida de las personas con discapacidad.

Estamos fallando. El Gobierno está fallando, pero la Sociedad también. Y la Sociedad, somos todos.
No sé cuál es el camino, ni sé si yo puedo hacer mucho, pero sé que lo poco que pueda hacer, siempre será mejor que no hacer nada.
Es alentador que se hayan formado plataformas como la de los afectados por la hipoteca: la gente se sensibiliza porque ve patente la posibilidad de verse afectado también, en las actuales circunstancias de paro creciente y precariedad en el empleo...
Pues de igual modo todos deberíamos ser conscientes de que, como dice Javier Tamarit, todos seremos discapacitados en algún momento de nuestra vida...
¿Y tú, no vas a hacer nada?